A pesar del menor crecimiento de su PIB medio en estos últimos años (3,4% y 2,2% en 2015 y 2016 −a causa, entre otras, de la caída, desde 2014, de los precios de las materias primas, del petróleo, del que dependen varias economías todavía monoproductoras) respecto al que había alcanzado en los primeros años de la década (alrededor del 5%), la situación económica de África en este siglo XXI es objeto de un discurso muy diferente, incluso contrario al que había dominado durante las décadas post-coloniales del siglo XX. En particular durante las décadas 1980-1990, caracterizadas por la imposición de políticas de ajuste estructural neoliberal, remedio al endeudamiento crítico de los Estados del Tercer Mundo, y de África en particular.
No sólo la tasa de crecimiento medio del PIB de esta región del mundo se situó, desde los primeros años del nuevo siglo, por encima de la media mundial, aunque inferior a las tasas de crecimiento de las economías de China, India o Singapur; también ha dado pruebas de resilencia frente a la crisis que ha golpeado al centro tradicional de la economía capitalista mundial, al que está muy ligado o es bastante dependiente.
Además, aunque este crecimiento del PIB se explica sobre todo por las inversiones directas extranjeras (IDE), atraídas por una bastante buena rentabilidad de las inversiones, no se puede ignorar la visibilidad adquirida durante el mismo período por empresas africanas consideradas rentables según los criterios de la economía capitalista. Empresas africanas, no sólo en el sentido de empresas instaladas en África, sucursales de empresas extranjeras, sino empresas que pertenecen o son controladas por gente africana, de Mauricio a Marruecos pasando por Kenya y Nigeria. Empresas individuales o familiares cuyos resultados, capitalistas se entiende, se reflejan en el interés que les conceden empresas consultoras, expertas en capitalismo, como McKinsey o el Boston Consulting Group, o en la entrada de algunos de sus propietarios o accionistas mayoritarios en las listas de las mayores fortunas mundiales publicadas por revistas estadounidenses, como Forbes.
Se puede decir que es uno de los efectos del ajuste estructural neoliberal, de la neoliberalización de la mundialización. Invalidando el diagnóstico y el pronóstico sobre la burguesía africana que enunció Frantz Fanon −partiendo de lo que era observable entonces en América Latina−, desde los primeros años post-coloniales: “en el seno de esta burguesía nacional no hay ni industriales ni financieros. La burguesía nacional de los países subdesarrollados no se orienta hacia la producción, la invención, la construcción, el trabajo. Se canaliza por completo hacia actividades de tipo intermediario. Estar en la trama, ésta parece ser su vocación profunda” (Los Condenados de la tierra, 1961). Lo cual −si no hubiera habido el discurso dominante, desde los años 1990, sobre el “fin de las ideologías”, el “fin de la historia”, o dicho de otra manera, la victoria final del capitalismo− habría podido relanzar el debate de los años 1950-1960, e incluso 1970, sobre la cuestión de la existencia o no de clases sociales en África, dentro del cual se planteaba también, para los defensores de su existencia, el papel de la burguesía africana en el contexto post-colonial. Al mismo parece responder uno de los capitalistas africanos más mediáticos, el propietario de Heirs Holdings y Transcorp, Tony O. Elumelu, al añadir a capitalismo el prefijo “afri” (idéntico a “afro”) −considerado positivador por el nacionalismo cultural negro-africano, la “diáspora” (negro-)africana−, formándose el africapitalismo, una práctica africana del capitalismo de naturaleza pretendidamente diferente a la dominante en la tradición capitalista: un “capitalismo inclusivo” en vez de exclusivo, que supuestamente aporta “prosperidad económica y riqueza social” a África [
1].
Voy a presentar sólo una panorámica de algunas características de esta clase dominante −características marcadas por las particularidades de cada historia nacional, y también de sus relaciones con el resto del mundo, que no van a ser abordadas aquí−, en este contexto de reestructuración de la economía capitalista mundial, caracterizada entre otras cosas por la emergencia de nuevas potencias capitalistas, no europeas/no occidentales, principalmente China; comenzando por recordar de forma resumida el debate sobre las clases sociales.
El interés de este artículo para el CADTM [Comité pour l’Abolition des Dettes Illégitimes, Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas], más allá del papel jugado por la crisis de la deuda y el consiguiente ajuste estructural neoliberal, puede estar en que es imposible lograr el objetivo fijado (contribuir a “poner en marcha alternativas que liberen a la humanidad de todas las formas de opresión: social, patriarcal, neocolonial, racial…”) si no se interesa por, o no se tiene en cuenta, esta dinámica capitalista africana que es estructurante de la vida cotidiana de centenares de millones de africanos, oprimidos de formas diversas, los actuales condenados de la tierra, de Port-Louis a Túnez, pasando por Lilongwe y Kinshasa, aunque, repito una vez más, no se va a analizar una cincuentena de sociedades (países) africanos, sino tan sólo algunas características generales [
2].
Sobre la existencia o no de clases sociales en África
En un período que se extiende sobre todo entre los años 1950-1970, esto es, de la víspera del acceso masivo a la independencia de las colonias europeas de África a las dos primeras décadas de la llamada independencia, intelectuales y mujeres y hombres políticos africanos, así como africanistas extra-africanos, opinaron, discutieron sobre la existencia o no de clases sociales en África. De hecho, sobre el papel que debería jugar o no la lucha de clases en África durante la lucha por la independencia, y sobre todo en la llamada África post-colonial, pues a la existencia de las clases sociales están ligadas, inseparablemente, sus luchas.
Ateniéndonos a algunos actores políticos africanos, entre los principales protagonistas de este debate, grosso modo, estaban por un lado quienes como Léopold Sédar Senghor, Jomo Kenyatta, Julius Nyerere, Kwame Nkrumak, que partiendo del conocimiento que tenían de las sociedades africanas precoloniales así como de la división principal de la sociedad colonial, en colonos y colonizados/indígenas, afirmaban que la existencia de las clases sociales era una realidad de las sociedades europeas, desconocida en el África pre-colonial, más o menos transportada por la estructuración colonial, aunque mucho menor respecto a la división entre opresores coloniales y oprimidos/explotados indígenas. A pesar de la existencia bajo la colonización de afinidades entre el capital colonial y algunas categorías sociales de colonizados, éstos tenían un interés común en liberarse de la dominación colonial y, una vez adquirida la independencia, construir la nación post-colonial, en interés de toda la población, volviendo a conectar con las supuestas tradiciones comunitarias africanas o valores tradicionales africanos dominados durante el período colonial, excluyendo el principio de la lucha de clases, sin hacer en todo caso tabla rasa de la sociedad construida por, y heredada de, la colonización, de su estructuración social. Todas las personas descolonizadas debían tener el mismo interés en la construcción de la nación post-colonial, a pesar de las diferenciaciones sociales jerárquicas heredadas de la sociedad colonial: todas las capas sociales deberían comulgar en esta “unión nacional”. Lo que Léopold Sédar Senghor, por ejemplo, teorizó bajo la denominación de “socialismo africano” y que supuestamente practicó como presidente del Senegal. En cuanto a Kwame Nkrumh, que le precedió como jefe de Estado, en Ghana, y figura principal del panafricanismo −panafricanismo compartido también por Senghor y muchos otros, con quienes llegará a fundar la Organización de la Unidad Africana (OUA)−, elaboró, sobre las mismas bases del comunitarismo pre-colonial, adaptado a la era post-colonial, una “filosofía y una ideología para la descolonización y el desarrollo” denominada “conciencismo” (El Conciencismo, 1964) [
3]. Incluso en la segunda edición de El Conciencismo (1969), esta ideología está llamada a “reconstituir la sociedad igualitaria” pre-colonial.
Por otro lado estaban quienes, como Frantz Fanon, comprometido en la guerra de liberación nacional argelina, Mehdi Ben Barka, tercermundista marroquí, Amilcar Cabral, dirigente del Partido africano para la independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC) −que también eran panafricanistas−, sostenían que en período colonial y post-colonial había clases sociales indígenas, y después nacionales, con intereses divergentes, aun cuando no se trataban de calcos de las sociedades “occidentales”: por ejemplo, inexistencia general de fracción indígena de la clase capitalista durante la colonización, pese a la existencia a veces de algunos individuos.
Por ejemplo, para Fanon, además de su caracterización −inspirada, como hemos dicho, en la realidad de la llamada América Latina post-colonial− de la burguesía africana post-colonial (cf. arriba) como burguesía compradora (“intermediaria”), la clase revolucionaria en África no era el proletariado (urbano, relativamente privilegiado, aunque no tanto como la pequeña burguesía urbana y rural) sino el pequeño campesinado pobre. Según Ben Barka, había entonces en Marruecos una gran burguesía, no progresista y ligada al “semi-feudalismo”, una media y pequeña burguesía titubeante en relación a la continuación de la lucha nacional, a la revolución, un pequeño campesinado sin tierra que ganaría acercándose a la clase obrera, fuerza revolucionaria en esta sociedad [
4]. Cabral, por su parte, hablaba de la “dominación neocolonialista […] que permite el despertar de la dinámica social (conflictos de intereses en las capas sociales autóctonas o lucha de clases)”, de “seudo-burguesía local” que “cualquiera que fuera su grado de nacionalismo”, vista su infeudación con el imperialismo “no puede orientar libremente el desarrollo de las fuerzas productivas: en una palabra, no puede ser burguesía nacional” [
5].
Sin embargo, tras el golpe de Estado militar que lo derrocó −que plasmaba una coalición de intereses de clase locales (empresarios privados, pequeña burguesía, oficiales superiores del ejército ghaniano, jefes tribales−, Nkrumah reconsideró su opinión sobre las clases sociales y su lucha [
6], acercándose a los Fanon, Ben Barka, Cabral, Samir Amin [
7], afirmando, por ejemplo, en una obra con significativo título, La Lucha de clases en África: “se ha sugerido que las clases sociales que existen en otras partes del mundo eran desconocidas en África. Nada más lejos de la verdad” [
8], porque las sociedades africanas de su tiempo están estructuradas en campesinado, proletariado, pequeña burguesía, burguesía nacional y autoridad tradicional, con intereses muchas veces divergentes. Incluso antagonistas: “África es actualmente el teatro de una violenta lucha de clases. Basta con mirar a nuestro alrededor. Como ocurre en todas partes, se trata esencialmente de una lucha entre opresores y oprimidos […] África posee un núcleo central de burguesía, poco diferente de los colonizadores y colonos por las posiciones privilegiadas que ocupa y que constituye una minoría egoísta, interesada, reaccionaria, en medio de las masas explotadas y oprimidas” [
9]. No se trataba ya de oponerse únicamente al imperialismo, como en El Imperialismo, último estadio del neocolonialismo−que junto a El Conciencismo y África debe unirse constituyen las obras de referencia de cierto panafricanismo, un panafricanismo sin determinación social/de clase−, sino también a la burguesía local, en desarrollo. Dicho de otra manera, había que salir de ese panafricanismo nostálgico de una mítica África pre-colonial, fundamento del proyecto de conciliación de las clases sociales. Forma de panafricanismo que en estos últimos tiempos goza de una nueva juventud, en editoriales y en internet.
Por desgracia, La Lucha de clases en África no ha formado parte de las obras de Nrumah reeditadas por Presencia Africana en los años 1990-2000. ¿Será porque suele ser ignorada por los panafricanistas, continuadores de la tradición de ocultación de la lucha de clases entre africanos? ¿O porque no resultaría sexy ni rentable reeditar una obra cuyo primer párrafo afirma que “El objetivo principal de los revolucionarios del Mundo Negro debe ser la liberación y la unificación totales de África bajo un gobierno panafricano socialista” [
10], precisando que esos objetivos deben ser articulados con el triunfo de “la revolución socialista internacional” que “hará progresar al mundo hacia el comunismo” (p. 108), cuando ya desde los años 1980 la temática de las clases sociales, de sus luchas, sufría una marginación editorial en Europa en general, y en Francia (donde se localiza el editor) en particular, consolidada por la destrucción del Muro de Berlín y el final de la URSS? Una situación de la que todavía cuesta salir, a la vista de la persistente soledad de la ideología neoliberal del “fin de la historia”, que sigue imponiendo en la lectura del África actual, recubierta de un culturalismo/racialismo centrado, por ejemplo, en el prefijo racializado “afro” /” afri”.
Aunque se puede ver que, hoy día, en África existe objetivamente, grosso modo, un pequeño campesinado agrícola independiente; un proletariado, por lo general más urbano que rural agrícola, que vive de la venta de su fuerza de trabajo al capital privado y estatal, con ingresos que le permiten reproducir su fuerza de trabajo y acceder, apretándose el cinturón, a algunos esparcimientos de la sociedad de consumo, y al que pueden ser asimiladas algunas categorías de personas empleadas, tanto en el sector público como en el privado; personas que comercian en los mercados de las calles, y personas activas en pequeños oficios o pequeñas actividades artesanales, incluidas en el llamado sector informal, de tintorería, de zapatería, peluquería, costura, albañilería, carpintería, restaurantes/cantinas, soldadura, mecánica, etc., en condiciones de vida que oscilan entre el lumpenproletariado y el proletariado; una pequeña burguesía (o “clases medias”) constituida por la pequeña propiedad de medios de producción o de comercios −una parte de los cuales dentro del sector informal− utilizando principalmente mano de obra familiar o mínimamente mano de obra asalariada, incluso aprendiz, una gran parte de los agentes de la función pública y de las empresas estatales, cuadros de empresas privadas, miembros de las llamadas profesiones liberales (médicos privados, abogados, notarios, contables), pequeños propietarios; una burguesía capitalista: propietarios de empresas que utilizan mano de obra asalariada en las (pequeñas, medianas, grandes) empresas de diferentes sectores, de la explotación petrolera a los servicios, pasando por el gran comercio, el transporte, la construcción, la hostelería, la importación.
Esta clase de antigua y nueva gente rica, minoritaria en todo el país, es la dominante, porque la economía e incluso la sociedad están organizadas en función de sus intereses. En esta clase no sólo está la representación del capital extranjero, sobre todo el occidental, que sigue siendo el principal en África, sino también capitalistas autóctonos [
11] −los términos “africapitalismo” y su derivado “africapitalista” tienen el mérito de reconocer al menos la existencia de esta clase social− que ejercen, de manera subordinada consentida o en relativa competencia con el capital extranjero, una influencia cierta sobre los y las dirigentes políticas (gobierno, parlamento) −algunos de cuyos miembros pueden ser miembros de esta clase social− y por tanto sobre la existencia de centenares de millones de personas que viven en África.
Una vieja tradición en África
Esta participación de los indígenas de África en la dinámica del capital es muy anterior al período post-colonial, hay que seguir recordándolo a la vista del discurso mentiroso, o ignorante, sobre el momento actual como el de la “integración de África en la mundialización”, se sobreentiende que del capital.
Grosso modo, la gente negro-africana ha contribuido a la larga marcha del capital, no sólo como esclavos en la Américas −a su costa−, sino también como empresarios de la captura (desde las tierras interiores hasta la costa) de otra gente africana destinada a la esclavitud [
12]. Dignatarios de los reinos costeros, celebrados todavía hoy por algunos nacionalistas africanos, fueron actores o supervisores, y por supuesto beneficiarios. Más tarde, con la prohibición de la trata de esclavos en el siglo XIX, algunos africanos, incluyendo antiguos esclavos regresados de Brasil, pudieron hacer fortuna participando en los circuitos clandestinos de la trata. En algunos países del golfo de Benín, algunas familias de la actual clase dominantes son descendientes de estos traficantes de los últimos tiempos de la trata negrera atlántica. Y también, en otra configuración, una parte de la actual burguesía mauriciana, de vieja ascendencia francesa, desciende de los antiguos propietarios de esclavos de los siglos XVIII y XIX en el océano Índico.
También el período colonial (incluyendo los protectorados), pese a las restricciones prácticas, produjo capitalistas africanos [
13]. Entre los capitalistas a los que se refería Fanon se pueden incluir comerciantes nigerianos como El Hadj Alhassan Dantata (1877-1855, fundador de Alhassan Dantata & Sons) [
14], un intermediario de la Compañía del Niger, considerado el africano más rico de las colonias británicas de África occidental −uno de sus biznietos, Aliko Dangote, es hoy día el hombre más rico de África, dirigiendo un grupo multinacional. Al igual que la cúspide de comerciantes nigerianas de tejidos, tanto locales como los de fabricación industrial colonial llamados tejidos/taparrabos africanos (java, wax): “las mujeres más industriosas poseían uno o dos camiones” [
15], así como sus colegas de Togo: “En los años 1950, existían al menos tres categorías de revendedoras. El primer grupo incluía a aquellas cuyo volumen de negocios era superior a diez millones de francos CFA” [
16] −las llamadas Nana Benz−, propietarias indígenas de tierras de Kenya (colonial). Así, a diferencia de algunas biografías falsificadas, que los presentan como self-made men/women, algunas figuras actuales de esta clase dominante son herederas de capitalistas, de familias pequeño burguesas o de notables de aquel período.
En el período postcolonial, anterior a la neoliberalización, hubo en varias sociedades africanas una política de apoyo o creación de capitalistas autóctonos, de indigenización por medio de la reglamentación de las inversiones: topes máximos a inversores extranjeros en algunos sectores económicos, exclusividad autóctona de algunos sectores económicos, incluso a costa de los empresarios originarios de otros países africanos. Fue el caso en Kenya de Jomo Kenyatta (el padre de Uhuru), en Zaire de Mobutu y la zairianización, o la indigenización en Nigeria por los sucesivos generales-presidentes [
17]. Dicho de otra forma, una nueva fase, una ampliación de la llamada acumulación primitiva del capital privado local con ayuda del Estado nacional, una expresión de sólidos vínculos entre la clase política y los miembros autóctonos de la clase socio-económicamente dominante. Una de cuyas consecuencias fue que una parte de los créditos concedidos por bancos públicos a empresarios, próximos a gobernantes o haciéndoles de testaferros, no fue devuelta por los citados empresarios, contribuyendo así, durante los años 1980, a los déficits o quiebras bancarias. La crisis de estas economías neocoloniales, una de cuyas principales manifestaciones fue la crisis de la deuda pública exterior, llevó al ajuste estructural neoliberal, la solución standardizada impuesta a los Estados sobreendeudados de África, América Latina y Asia por las instituciones financieras internacionales, de acuerdo con el Consenso (unilateral) de Washington. Que se sigue aplicando actualmente, con una evidente violencia social, en Grecia.
La neoliberalización de la mundialización: producción de una nueva clase dominante en las sociedades africanas
Es innegable que hubo capitalistas, embriones de burguesía nacional, en la mayor parte de las sociedades africanas durante el primer período post-colonial, lo que no obsta sin embargo para que este dinamismo de la nueva clase dominante −con excepción de sociedades con vieja burguesía, como la sudafricana, la egipcia, la mauriciana− sea sobre todo una consecuencia de los dictados de las instituciones financieras internacionales, de su imposición del ajuste estructural neoliberal en los Estados africanos, como solución a su endeudamiento crítico. Estados cuyos gobernantes no se oponían en principio a la neoliberalización [
18]. La deseaban por interés, aunque sin los factores de contestación social popular que suscitaba. En cuanto a las oposiciones políticas, se asociaban por lo general a la definición de democracia que hacía circular el Banco Mundial y otros: “democracia = economía de mercado + partidismo + activismo de la “sociedad civil”. Esta última no era considerada como expresión de intereses divergentes, cuando es también un espacio de la lucha de clases (asociaciones patronales y sindicatos obreros, por ejemplo, forman parte de la sociedad civil).
Hubo que privatizar las empresas públicas estratégicas, liberalizar los mercados. Profundizarlo donde ya ocurría antes: en Costa de Marfil, en Egipto, en Ghana, en Kenya, en Túnez, en Zaire, por ejemplo. Este proceso todavía está inacabado. Los beneficiarios han sido los inversores extranjeros, los famosos “inversores estratégicos”. Pero no se debería identificar la privatización, la liberalización, con una recolonización [
19], porque aquí y allí, en casi toda África, miembros de la clase política, capitalistas ya instalados −los de la primera década postcolonial− o han adquirido acciones en empresas públicas privatizadas, acciones que eran propiedad de los Estados, o han adquirido otras ex−empresas públicas, o bien han creado nuevas, privadas. Empresariado autóctono que se encontraba en posición favorable, o seguro de estarlo, en la asignación de las concesiones públicas, por el hecho de la proximidad entre la clase política / los y las gobernantes presentes o incluso pasados, con la clase social dominante. Un capitalismo de connivencias [
20].
En Sudáfrica, donde desde final del siglo XIX existía una clase capitalista que era considerada muy dinámica, y para cuyos intereses fue constitucionalizado el apartheid, se trató de reforzar a esta clase después del apartheid, favoreciendo el desarrollo de capitalistas negros, con el Black Economic Empowerment (discriminación positiva, en favor de la pequeña burguesía negra en materia económica/empresarial, por ejemplo en forma de adquisición de acciones en los sectores económicos más importantes, como el minero), iniciado bajo la presidencia de Nelson Mandela (con el apoyo, cuando no la inspiración, de algunos elementos “ilustrados” de la burguesía blanca sudafricana).
Todo ello con el aliento cierto de las instituciones financieras internacionales, vigilando que la neoliberalización (económica) siguiese un curso normal y se hiciese efectiva en todo el mundo. La presión sobre los Estados se ha ejercido, entre otros medios, con el acceso a la financiación, los informes anuales emitidos por el Banco Mundial, el Doing Business que clasifica a los Estados en buenos, medios y malos alumnos en materia de institución de las condiciones más favorables para los negocios y las inversiones, como más exenciones fiscales o bajos tipos impositivos (alrededor de 28% de media, 15% en Mauricio, 13,6 en Lesoto). Tanto para los capitales autóctonos como para los provenientes de otros sitios, preferentemente sin distinción de origen en el sentido neoliberal de la igualdad entre David y Goliat.
Actualmente, esta clase dominante autóctona está activa en buen número de sectores (alimentación, seguros, construcción y trabajos públicos, enseñanza, finanzas, inmobiliario, medios de comunicación, farmacéutico, extracción de recursos naturales −minas e hidrocarburos−, transporte, telefonía, textil, etc.). Aunque siga apostando por “estar en la trama”, porque se trata de una práctica inherente al capitalismo, ya no se puede hablar de esta clase como de simples intermediarios” [
21].. Ninguna de estas empresas forma parte todavía del top 500 (mundial) de empresas, pero las empresas africanas, según África CEO Forum, contribuyeron en 2013 “a casi el 23% de las inversiones en el continente [8% en 2007], están en segunda posición tras las inversiones de las empresas de Europa occidental […], son también la segunda fuente de creación de empleos en el continente” [
22]. Su crecimiento, sus resultados, son cada vez más celebrados en la prensa, no sólo africana, y por las consultoras que se encargan de la propaganda del crecimiento capitalista neoliberal.
Cada país africano posee hoy día −además de cámaras de comercio e industria− su/sus organizaciones patronales, para la defensa de los intereses de esta clase. Es cierto que participan también miembros no autóctonos de la clase, pero suelen estar dirigidas por autóctonos, sin que esto signifique un predominio del capital autóctono sobre el alóctono. Las políticas económicas y sociales nacionales se organizan también en función de los intereses del capital autóctono, además del, más estructurante, capital internacional (no africano). Estos miembros autóctonos de la clase dominante ejercen una presión sobre los gobernantes políticos (ministros, parlamentarios −figurantes rentables en aquellos sitios donde llegan a registrar proyectos de ley−, gobernadores, etc.) [
23] que además, y de manera general, hacen de su paso por el poder un momento de acumulación primitiva −los sobornos recibidos, el robo de dinero público, la autoconcesión de privilegios, mercados para sus empresas y de sus testaferros, etc.− de adquisición de acciones [
24], o incluso de constitución de grupos económicos. Esto crea una gran complicidad, connivencias, una imbricación entre dirigentes políticos y dominadores económicos [
25].
Cada vez más miembros de esta clase capitalista se transforman en actores políticos. En los siete últimos años (2004-2011) de la presidencia de Hosni Mubarak, el gobierno se caracterizó, entre otras cosas, por nombrar a reconocidos empresarios capitalistas para ministerios muy ligados a sus intereses privados, individuales o familiares: Comercio y en Industria, Turismo, Agricultura, Salud [
26]. Algunos empresarios han conseguido hacerse elegir a la cabeza de Estados, como Marc Ravalomanana (el “Berlusconi malgache”) en Madagascar, Adama Barrow en Gambia, o Patrice Talon en Benín, uno de cuyos desafortunados competidores es Sébastien Ajavon, un empresario capitalista tanto en Benín como en Francia −rivalidad política entre capitalistas que se manifiesta también en Kenya entre Uhuru Kenyatta (un heredero de la dinámica empresarial capitalista de los Kenyattas desde la presidencia del padre, Jomo) y Ralia Odinga −cuya elección a la presidencia habría mejorado probablemente la situación de sus negocios, considerados menos prósperos en 2017. El Estado sudafricano corre el riesgo de ser dirigido desde el próximo año por una de las personas más ricas de Sudáfrica, su actual vicepresidente Cyril Ramaphosa. En RDC, el hombre de negocios Moïse Katumbi está en la lista de pretendientes a la sucesión de Joseph Kabila, que tiene fama de haberse enriquecido escandalosamente, junto a miembros de su familia y colaboradores políticas, e invertido también en el empresariado.
Un capitalismo transnacional africano
Algunos de los miembros de esta clase dominante que no se contentan con invertir localmente, están a la cabeza de empresas presentes en varios países africanos. Son, por ejemplo, Elsewedy Electric, el grupo Dangote presente con sus cementeras y otras actividades en todas las sub-regiones de África −recurriendo también a la subcontratación−, el grupo Orascom de Osni Sawiris y sus hijos, el grupo Mansour, bancos africanos (Attijariwafa Bank, Ecobank, Nedbank, United Bank of África, etc.), la sociedad de inversión Heirs Holdings, Transcorp (citada en nota de la página anterior) del adalid del africapitalismo Tony Elumelu, Econet del zimbabwense Strive Masiyiwa. Una sesentena, o incluso un centenar de multinacionales a la africana, como dijo un miembro de su serrallo [
27] , que invierten fuera de su país de origen, en su sub-región y en otras sub-regiones. Ello favorece el proceso de integración africana, y la existencia de diversos reagrupamientos sub-regionales sirven de referencia a las organizaciones de defensa de los intereses de esta clase dominante. Como la Federación de organizaciones patronales de África del Oeste (FOPAO), en el espacio de la Comunidad Económica de Estados de África del Oeste (CEDEAO), la Unión de patronales de África Central (UNIPACE) en la Comunidad Económica de Estados de África central (CEEAC). Aunque la FOPAO se quejaba recientemente de cierta persistencia en la “protección de los mercados locales” en el seno de la CEDEAO.
A nivel regional, las organizaciones patronales nacionales se reagrupan en Business África (antigua Confederación patronal de empleadores, sección regional de la Organización Internacional de Empleadores, OIE). Esta organización patronal panafricana tiene como misión, entre otras, “mejorar la posición de las empresas en las instancias continentales, como la Comisión de la Unión africana, la Comisión económica de las Naciones Unidas para África (CEA), la Oficina regional de la OIT para África, el Banco africano de desarrollo y otras instancias continentales” [
28]. Lo cual no exige un esfuerzo particular, vista la adhesión de estas instituciones al neoliberalismo [
29] −digamos al “social-liberalismo” en el caso de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) −, su creencia en el sector privado como “motor del desarrollo” de África, también en “asociación público-privado”, ese artilugio de los desarrolladores neoliberales.
Así, esta parte de la patronal africana, las multinacionales africanas, está muy interesada en la integración económica de África bajo la forma de un mercado único, la zona de libre cambio continental (ZLEC), proyecto iniciado en 2012 por la Unión Africana y que debería ser efectivo en 2017, aunque acusa cierto retraso. Para no prolongar este retraso, algunas de estas multinacionales [
30], con el viento en popa, han creado el Club Afrochampions (presidido por Aliko Dangote y copresidido por el antiguo Jefe de Estado sudafricano y adalid del Renacimiento africano, Thabo Mbeki). Esta parte de la clase dominante africana pretende ser, en cierta manera, panafricanista, un panafricanismo claramente capitalista: tener un peso importante en el mercado africano, incluso conseguir una posición dominante. Sin limitarse a ello.
En efecto, aún con el recurso a una adaptación para África de la definición de multinacional, algunas empresas africanas han superado las fronteras continentales, invirtiendo en Europa, en América, en Asia, en Oceanía. África no se limita por tanto a recibir inversiones directas extranjeras, también es un punto de partida, aunque las salidas sean inferiores a las entradas. Los flujos de inversiones directas africanas fuera de África, según los informes anuales de la CNUCED sobre la inversión en el mundo, de 2011 a 2016, han sido: en 2011 de 23.000 millones de dólares americanos frente a 66.000 recibidos, en 2012 34.000 frente a 77.000 recibidos, en 2013 casi 38.000 frente a 74.000 recibidos, en 2014 28.000 frente a 71.000 recibidos, en 2015 18.000 frente a 61.000 recibidos, en 2016 18.000 frente a 59.000 recibidos.
Teniendo en cuanta las relaciones históricas entre las antiguas colonias y sus metrópolis coloniales/neocoloniales y la dominación simbólica mantenida por éstas, las relaciones entre capitalistas están hoy día bastante establecidas. Business África habla de “la continuación de su colaboración con grupos de empresas europeas y americanas” −por “americanas” hay que entender las de Estados Unidos y Canadá, no las de la llamada América latina.
Por ejemplo, sobre las inversiones en el sentido considerado inhabitual (África => Europa), “Entre 2007 y 2012, durante la peor recesión de la economía global de Europa, las inversiones africanas crecieron siete veces, alcanzando los 77.000 millones de euros” [
31]. Estos últimos años, han tenido bastante cobertura mediática la adquisición de participaciones importantes en grandes empresas de Portugal por la multimillonaria angoleña Isabel Dos Santos; la adquisición por Media Global Networks de la familia Sawiris del 60% de participaciones de la cadena de televisión europea Euronews; la compra, entre otras empresas europeas, de la segunda empresa francesa de electrodomésticos Fagor/Brandt por el grupo Cevital del multimillonario argelino Issad Rebrab [
32]. Desde luego, no se trata de un vuelco de la tradicional dominación de los capitales occidentales (estadounidense, europeo) en África, de un “imperialismo al revés” (Charles-Albert Michalet [
33]), porque el stock de inversiones africanas en Europa y Estados Unidos está lejos de toda comparación con los de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, pelotón de cabeza en stock de inversiones en África.
Se suele hablar, por ejemplo, de las inversiones chinas o indias en África, pero mucho menos de las inversiones africanas en China. Aunque en Johannesburg, en 2013, “durante una mesa redonda organizada con ocasión de la primera reunión del Consejo de negocios de los BRICS en Johannesburg […] el empresario africano Tony O. Elumelu, presidente de Heirs Holdings, llamó a los empresarios de los países BRICS a hacer sitio a las empresas africanas que quieren extender sus actividades fuera del continente en los BRICS” [
34], existen sin embargo inversiones africanas en estas potencias capitalistas emergentes. En lo que se refiere a la primera de ellas, “siguiendo el desarrollo de la economía africana y la progresión del mercado chino, empresas africanas han invertido más activamente en China. Isla Mauricio, Sudáfrica, las Seychelles, Nigeria y Túnez son los principales inversores africanos en China. A finales de 2009, las inversiones directas africanas en China, acumuladas, representaban 9.930 millones de dólares, sobre todo en los sectores de petroquímica, maquinaria, electrónica, transporte y comunicaciones” [
35]. Tres años más tarde se constataba un alza nada despreciable: “en 2012, África había invertido un total de 14.200 millones de dólares, lo que supone un aumento del 43% respecto a 2009 […] Sólo en 2012, las inversiones directas africanas en China […] se han elevado a casi 1.400 millones de dólares” [
36]. En 2015, representaban la mitad de las inversiones chinas en África, 15.000 millones frente a 30.000 −no confundir las inversiones directas chinas en África con las cifras de las relaciones comerciales afro-chinas, los préstamos chinos [
37] y los servicios chinos en África, como construcción de infraestructuras. En India, se ha hablado de inversiones africanas del orden de “170 millones de dólares acumulados entre 2000 y 2010” [
38]. El capital sudafricano era, a finales de 2013, el más dinámico en las sociedades compartidas con las BRICS, con sus 36 empresas en China frente a 72 chinas en Sudáfrica, 54 en India frente a 115 indias en Sudáfrica, 25 en Brasil y 12 en Rusia frente a respectivamente 4 brasileñas y 12 rusas en Sudáfrica. Pero parece que, a pesar de la referencia frecuente a las relaciones Sur-Sur en la era de la mundialización neoliberal, las relaciones intercapitalistas no están muy desarrolladas, como lo deja entender Business África que “pretende establecer asociaciones con federaciones de empresas surgidas de economías emergentes como China, India, Brasil y Rusia”.
Sin embargo, sin negar de ninguna manera la jerarquía intra-capitalista, con sus banderas nacionales, heredada de la historia y actualmente en reestructuración, con pequeños puntos marcados por algunas empresas africanas frente a algunas multinacionales clásicas que operan en África, la compartimentación bajo las banderas nacionales debería ser relativizada, porque no hay muralla china entre capitales en la época de la neoliberalización de la mundialización. Hay participaciones estadounidenses, europeas, en empresas chinas, indias, etc., y recíprocamente participaciones chinas, indias, etc. en empresas estadounidenses, europeas. Hay también participaciones africanas en empresas europeas y estadounidenses: las IDE africanas estarían bastante orientadas hacia Europa y los Estados Unidos. Participaciones asiáticas, entre ellas las de países del Golfo (situados en Asia occidental) en empresas africanas: por ejemplo, las consideradas asiáticas Olam (Singapur) y Wilmar (Malasia-Singapur), segunda y primera empresas mundiales de producción de aceite de palma, tienen acciones en su colega costamarfileño SIFCA; el Qatar National Bank es el primer accionista en Ecobank, el llamado “banco panafricano”, con el 23% de participación (seguido por el banco sudafricano Nedbank, con el 20%); en 2015, el banco chino Industrial and Commercial Bank of China adquirió el 20% del sudafricano Standard Bank. El gran banco británico, con muy mala fama, Hong-Kong and Shanghai Banking Corporation (HSBC) (sólo) posee el 0,039% de las acciones de Dangote Cement, menos que el 1,4% de Souvereign Fund Investment Corp of Dubai, mientras que Cascade Investment, L.L.C. de Bill Gates, es uno de los tres inversores estadounidenses que compraron, en 2013, una participación de mil millones de dólares en Orascom Construction Industries de los Sawiris [
39] (inversor en telecomunicación en Corea del Norte, en asociación con dicho Estado −OCI ha anunciado recientemente su proceso de retirada de este país, relacionado al parecer con la actual tensión con los Estados Unidos de América); la fundación de los Zuckerberg (Facebook) ha adquirido participaciones en Ándela (Kenya, Nigeria), etc. También está en desarrollo una asociación entre bancos africanos y chinos. Así, esta parte de la clase dominante africana puede ser considerada como partícipe en la formación de lo que algunos denominan la “clase capitalista transnacional” [
40], la “clase transnacional y dominante” a nivel mundial.
Continúa en parte II
Jean Nanga
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